domingo, 24 de abril de 2016

RICARDO MIRO

La Ultima Gaviota

Como una franja temblorosa, rota
del manto de la tarde, en raudo vuelo
se esfuma la bandada por el cielo
buscando, acaso, una ribera ignota.

Detrás, muy lejos, sigue una gaviota
que con creciente y pertinaz anhelo
va de la soledad rasgando el velo
por alcanzar la banda ya remota.

De la tarde surgió la casta estrella,
y halló siempre volando a la olvidada,
de la rauda patrulla tras la huella.

Historia de mi vida compendiada,
porque yo soy, cual la gaviota aquella,
ave dejada atrás por la bandada.


El Poema Del Ruiseñor

Desde la rama del ciprés dormido
el dulce ruiseñor canta a la luna
y la invita a bajar hasta su nido.
Ya ves qué casto amor tan sin fortuna...,
y eso que el ruiseñor, en un descuido,
puede llegar volando hasta la luna.

Envuelto entre la luz embrujadora
da al viento el ruiseñor todas las galas
que su garganta mágica atesora;
y la luna se vuelve toda escalas
de seda y luz... (La luna diz que ignora
que su dulce cantor tiene dos alas...)

Calla el agua en los claros surtidores,
se aduermen los arroyos cristalinos
y se despiertan a escuchar las flores.
Astro y pájaro, a un tiempo, están divinos...
y ella baja hasta él vuelta fulgores,
y él asciende hasta ella vuelto trinos...

Lleno de sombra y de quietud, como una
pupila abierta al cielo indiferente,
un retazo perdido de laguna
sueña en la fronda del jardín... Presiente
la pálida belleza de la luna
aquel espejo claro y transparente.

El ruiseñor solloza dolorido
envuelto entre la luz embrujadora
cuando calla, de pronto sorprendido,
porque desde la rama en donde llora
advierte que la luna se ha caído
y flota sobre el agua onduladora.

Calla el agua en los claros surtidores,
se aduermen los arroyos cristalinos
y se despiertan a escuchar las flores.
Luna y pájaro, a un tiempo, están divinos...
y ella asciende hasta él vuelta fulgores,
y él desciende hasta ella vuelto trinos.

El pájaro suplica, impreca y canta,
mientras se multiplica a maravilla
la flauta de su eclógica garganta...
y salta alegre al ver cómo se humilla
la luna, que corriendo tras su planta
se viene sobre el agua hasta la orilla...

Ante el dulce deliquio que le miente
la luna, riendo en el cristal del lago,
loco de amor el ruiseñor se siente,
y respondiendo al amoroso halago,
hunde el pico en el agua transparente
y se bebe la luna trago a trago.


Patria


¡Oh patria tan pequeña, tendida sobre un istmo
donde es más claro el cielo y es más vibrante el sol, (1)
en mí resuena toda tu música, lo mismo
que el mar en la pequeña celda del caracol!

Revuelvo la mirada y a veces siento espanto
cuando no veo el camino que a ti me ha de tornar...
¡Quizá nunca supiese que te quería tanto,
si el Hado no dispone que atravesara el mar!...

La patria es el recuerdo... Pedazos de la vida
envueltos en jirones de amor o de dolor;
la palma rumorosa, la música sabida,
el huerto ya sin flores, sin hojas, sin verdor.

La patria son los viejos senderos retorcidos
que el pie, desde la infancia, sin tregua recorrió,
en donde son los árboles antiguos conocidos
que al alma le conversan de un tiempo que pasó. (2)

En vez de estas soberbias torres con áurea flecha,
en donde un sol cansado se viene a desmayar,
dejadme el viejo tronco donde escribí una fecha,
donde he robado un beso, donde aprendí a soñar.

¡Oh mis vetustas torres, queridas y lejanas,
yo siento las nostalgias de vuestro repicar!
He visto muchas torres, oí muchas campanas,
pero ninguna supo, ¡torres mías lejanas!,
cantar como vosotras, cantar y sollozar.

La patria es el recuerdo... Pedazos de la vida
envueltos en jirones de amor o de dolor;
la palma rumorosa, la música sabida,
el huerto ya sin flores, sin hojas, sin verdor.

¡Oh patria tan pequeña que cabes toda entera
debajo de la sombra de nuestro pabellón:
quizás fuiste tan chica para que yo pudiera
llevarte por doquiera dentro del corazón! (3)

Barcelona, 1909
Publicado en la Revista
Nuevos Ritos, Nº 50, 1º de septiembre de 1909. 

Versión original aparecida en 1909
(1) Donde es el mar más verde y es más vibrante el Sol,
(2) que al paso nos conversan de un tiempo que pasó.
(3) llevarte toda entera dentro del corazón!

La versión que aquí publicamos incluye las correcciones 
introducidas en 1915.




A Portobelo


Portobelo ilustre, léxico de piedra,
jardín de recuerdos, ciudad noble y fiel:
bajo tus espesas cortinas de yedra
dormita un pasado de eterno laurel.

En tu indiferencia grave y pensativa
no hay una pulgada donde no se advierta
el mundo vestigio de una historia muerta
o la roja llama de una gloria viva.

Pasaron los tiempos del real decoro,
la galantería, el fausto español,
cuando resbalaban las galeras de oro
como graves cisnes del País del Sol.

Hoy, rompiendo apenas tu bahía mágica
-restos que un naufragio dejara al azar-,
un mástil, a modo de una mano trágica,
asoma, crispado, del fondo del mar.

¡Oh, tus fortalezas...! En épicas ruinas
se yerguen luchando con su aciaga suerte,
y ya sólo rompen su quietud de muerte,
para hacer sus nidos las aves marinas.

Tus viejos cañones que de cumbre en cumbre
llevaron sus ecos por el vasto mar,
hoy duermen, cubiertos de olvido y herrumbre,
soñando que se oyen de nuevo tronar.

En las medias noches tétricas y oscuras
vagan por tus calles sombras y visiones,
se escuchan murmullos, se oyen oraciones,
salidos, quién sabe, de qué sepulturas.

Y en las noches fúlgidas de nácar y luna
flotan sobre el ala tenue de las brisas
canciones y notas, palabras y risas
que turban en ecos tu quieta laguna.

Portobelo ilustre, patrio orgullo viejo,
jardín florecido de eterno laurel:
hoy sólo te queda tu mar, limpio espejo,
que te dice cosas que saben tú y él.

Por tu bella historia, roja y estupenda,
por tu breve vida de fausto y dolor,
eres, Portobelo, ciudad de leyenda,
ciudad de recuerdos y ciudad de amor.


Blason


Apenas soy un pálido felibre,
y canto en claros versos lo que siento.
Ni cóndor, ni león: estoy contento
con saber que soy hombre y que soy libre.

Hasta mi torre de marfil, sagrada,
ni llega el cieno, ni salpica el lodo:
bajo el peldaño de mi torre, ¡todo!
Sobre el peldaño de mi torre, ¡nada!

Como el Jesús de los sagrados cuentos,
voy a cumplir sereno mi destino.
Como a El, los que erizan mi camino
mañana lamerán mis pies sangrientos.

Que alcancen otros la gloriosa palma
buscando sombras y siguiendo huellas,
porque yo, cuando quiero ver estrellas,
me asomo al infinito de mi alma.

Ni nunca el odio me dejó rencores,
ni el amor, con su halago, me domina,
pues sé que tras la flor está la espina
como tras de la espina están las flores.

Abierta el alma a toda primavera,
mi corazón, por dualidad gloriosa,
frente a frente al amor es una rosa,
y encarado al combate, una bandera.

Como nada a mi estirpe martiriza,
ni nada turba mi real decoro,
tengo, para el canalla, fusta de oro;
para el calumniador, una sonrisa.

En marcha imperturbable a un fijo oriente
desdeño el hombro de la muchedumbre,
porque aprendí hace tiempo que la cumbre
va conmigo a la altura de mi frente.

Así sé que al nacer a otros albores
y al disgregarme en átomos dispersos,
lo mismo que hoy de mi alma salen versos
saldrán mañana, de mi carne, flores.

Versos al Oído de Lelia


Oyeme, corazón. En cada rama
del bosque secular se esconde un nido
o una dulce pareja que se ama;


cada una rosa del rosal resume
un corazón, feliz o dolorido,
que de amor en la brisa se consume;

la estrella que nos manda sus reflejos
no hace más que volver con su luz pura
los besos que le envían desde lejos...

Todo tiembla de amor..., hasta la piedra
a veces se estremece de ternura
y se vuelve un jardín bajo la yedra...

No importa ser mujer o ser paloma,
ser rosa de Amatonte, estrella o paloma;
importa tener alma y dar esa alma
en risas, en fulgores o en aroma.

Triunfa el amor sobre la muerte. Nacen
las rosas para amar y hasta las rosas,
cuando al viento, marchitas, se deshacen,
se vuelven un tropel de mariposas.

Suspiro en un anhelo que, escapado
del corazón, se va a volar errante
buscando una ilusión que ya ha pasado
o algún sueño de luz que está delante...

Pues bien, la brisa pasa en blandos giros,
y no puede medir su pensamiento
la interminable tropa de suspiros
que viaja en cada ráfaga de viento...

Tú, que tienes los ojos soñadores
como una noche tropical, asoma
tu corazón a todos los amores
y sé estrella, sé flor o sé paloma,

y ya verán tus ojos asombrados,
ante la tarde que en el mar expira,
cuán hermosa es la tarde, si se mira
con dos ojos que están enamorados.


Vespertina


Las tardes son iguales hace treinta y seis años:
el mismo sol cansado de tanto caminar
por los cielos profundos y los mismos rebaños
de nubes sonrosadas viajando sobre el mar.

Hay tardes nebulosas, húmedas y otoñales;
hay tardes encendidas que inspiran sólo el bien;
pero treinta y seis años hace que son iguales.
Yo, que las amo tanto, ¡lo recuerdo tan bien...!

En cada tarde hay una femenina ternura
de paloma, de garza, de manantial, de flor,
donde toda alegría se hace serena y pura,
donde se santifica todo humano dolor.

Pero esta tarde tiene una melancolía
tan honda, tan callada, tan sincera, tan cruel,
tan acremente amarga que hasta se pensaría
que alguien volcó en los cielos una copa de hiel.


Garzas Cautivas


A doña Oderay de Lefévre


En el patio andaluz, adonde apenas
penetra el sol en ondas fugitivas,
inmóviles, calladas, pensativas,
hay, como un par de enormes azucenas,
dos garzas melancólicas, cautivas.

¡Quién sabe si una noche, al escondido
juncal, cerca a la orilla melodiosa,
una mano llegó, vio al par dormido,
lejos la madre tierna y afanosa,
y arrebató los pájaros del nido!


Tal vez fue en el corral que en la ribera
levanta frente al mar su empalizada
donde un día, al nacer la primavera,
en la sorda explosión de una alborada,
vieron la luz del sol por vez primera.

¡Y ellas no saben del azul...! Sus huellas
no serán polvo de oro tras su vuelo
a la indecisa luz de las estrellas;
y con sus ojos tristes ven el cielo
y no saben que el cielo es para ellas.

Acaso si una mano, de repente,
las echara a volar, tras un momento
de supremo estupor, abriendo al viento
sus vírgenes plumajes, blandamente
se irían a embriagar de firmamento.

Pero no volarán, ni bajo el rico
oro del sol se encenderán sus galas,
ni ensartarán estrellas en el pico,
ni abrirán a la luna el abanico
blanco y maravilloso de sus alas.


¡Melancólicas garzas...! Y en el frío
patio sin luz ni sol, sobre las zancas,
simbolizan la imagen del hastío;
y ni siquiera saben que son blancas
porque nunca se vieron sobre un río.

Y allí, bajo las penas de sus galas
inútiles -libélulas de hielo-,
dormitan sin un ansia ni un anhelo,
y no saben aún que tienen alas
y que las alas son para ir al cielo.

Melancólicas garzas que en el frío
patio sin sol ni luz, sobre las zancas,
simbolizan la imagen del hastío,
y que nunca supisteis que erais blancas
porque nunca os mirasteis sobre un río.

Hay almas cual vosotras que ni huellas
dejarán ni sabrán nunca del vuelo
que nos lleva a vivir con las estrellas,
almas que ven atónitas el cielo
y no saben que el cielo es para ellas...

Para ellas el oscuro, el escondido
patio andaluz en donde el sol no alumbra;
y van, cobardemente, sin ruido
y a través de una gélida penumbra,
en viaje al mar sin playas del olvido.



Soneto Del Atardecer


Desde que vi tu diáfano pañuelo
mandándome un adiós tengo una pena
tan callada, tan mía, tan serena,
que ya más que una pena es un consuelo.

Miro al azul, y me entristece el cielo;
miro hacia el mar, y el mismo mar me apena,
y hasta la luna, para mí tan buena,
hoy agrava mi sordo desconsuelo;

Porque viendo el azul quiero se ave;
porque viendo hacia el mar quiero ser nave
e ir hacia tí, movido por las brisas;

Porque miro a la luna y sé que ahora
pone en tu blanca frente soñadora
la más pura de todas sus sonrisas.


Mujer Romántica



Ella fue una romántica perdida
que amó los versos y adoró las flores
y que llenó de pájaros cantores
el jardín silencioso de su vida.

Amó una vez, y -candidez divina
que tienen la mujer y la paloma-
tomó la rosa y aspiró el aroma
sin sospechar, tras de la flor, la espina.

Después, calladamente, tristemente,
cerró los labios y bajó la frente,
y ante la verde mar murmuradora,

esperando la vuelta prometida,
se fué quedando, sin sufrir, dormida,
como un pomo que al viento se evapora.

Las Garzas


En el cielo, velado de improviso,
la banda fugitiva se diseña
(Tal mi vida: crepúsculo indeciso,
donde entre un fondo de dolor, diviso
alejarse una tímida cigüeña...)


Míralas... Su fatal melancolía
se disuelve en el raso de los cielos,
y al verlas agitarse se diría
que son como fantásticos pañuelos
con que al morir nos dice adiós el día.


Las garzas me enamoran... Son lo que huye,
lo intocado, que vuela y se evapora;
y como tras su marcha soñadora
un cansancio infinito se diluye,
el vuelo de las garzas me enamora...

En los lagos dormidos entre brumas,
cuando abre sus párpados la Aurora,
bajo la nieve casta de sus plumas
son el alma de luz de las espumas
y su blancor entonces me enamora...

Por no sé qué lejano simbolismo
sobre el escombro que el verdín colora,
la garza, pensativa, rememora
el alma misteriosa del mutismo
y entonces su silencio me enamora...

Cuando al morir la tarde se derraman
mientras el Sol el infinito dora,
recuerda la bandada voladora
los sueños de las vírgenes que aman
y su inquietud entonces me enamora...

Las garzas me enloquecen... Su blancura,
su mudez, el dolor que las aqueja,
me empujan a quererlas con ternura...
Yo tengo la infinita desventura
de amar lo que se va, lo que se aleja...


Pero yo amo las garzas porque existe
un amable recuerdo en mi memoria...
Es el tuyo: tú fuiste blanca y triste,
y volando, en silencio, te perdiste,
en el cielo sin nubes de mi historia.


Melancolía


Hoy lo mismo que ayer... Tal vez mañana
recordarás con pena este pasado,
cuando ya esté tu corazón helado
y cuando tengas la cabeza cana.

Y pensar que yo pude, en tu ventana,
ser el galante trovador soñado,
y así como Romeo enamorado
oír cantar la alondra en la mañana...

Tu juventud se va; se va la mía,
y mientras cae lentamente el día
me entretengo en pensar que estás muy lejos;

en que nos hiere idéntica congoja,
y cada tarde azul que se deshoja
nos deja más sombríos y más viejos.


Patria de mis amores


¡Patria que me estremeces dulcemente,
Patria de mis amores, Patria mía:
yo quiero saludarte en este día
en que la Libertad besó tu frente.

Todavía la lengua de Castilla
ensalza a Dios bajo tu limpio cielo
y en tus noches de seda y terciopelo
la misma estrella de la raza brilla.

Y así será por siempre que en tus lares
los pájaros cantores, la fontana
sólo aprendieron lengua castellana
y hasta las mismas olas de los mares.

En tí se unieron las fraternas manos
de dos mundos, formando un Continente,
y hoy, que saltó en pedazos ese puente,
por la brecha se abrazan dos océanos.

Porque viéndote, Patria, se dijera
que te formó la voluntad divina
para que bajo el sol que te ilumina
se uniera en tí la Humanidad entera.

Para que en tu bandera que descuella
con la humildad cristiana de una espiga,
vieran todos los hombres una amiga
y viéramos nosotros una estrella.

¡Patria que me estremeces dulcemente
Patria de mis amores, Patria mía:
Dios, como un talismán, te puso un día
la libertad del mundo en la alba frente.


Yo estoy enfermo de soledad


Yo estoy enfermo de soledad…
Amo las viejas calles torcidas,
esas callejas desconocidas
que llevan lejos de la ciudad.

Como en la calma hallo el placer,
en vez de necias voces profanas
amo el acento de las campanas
en el fantástico atardecer.

A esa sonrisa que brota a flor
del labio impuro que amores miente,
prefiero el trino con que la fuente
bajo la luna canta su amor.

Sé que en mí mismo llevo la paz,
y me ilumino de dulce calma
cuando permito que mire mi alma
todas las cosas que dejo atrás.



Tus Ojos


¿El lago? …. ¡Nunca!.... El lago no pudiera
competir con tus ojos soñadores…
Tus ojos tienen sombras y fulgores:
son dos lagos al tiempo que una hoguera.

¿El mar?.... ¡Tampoco!.... El mar tiene ribera
que se llena de pájaros y flores,
y en tus divinos ojos turbadores
se fatiga volando la Quimera….

¿El cielo?.... Acaso el cielo, por ser cielo,
se atreviera un momento, envanecido,
a asomarse a tus ojos con recelo;

y ante tus ojos diáfanos y bellos,
vería el mismo cielo, sorprendido,
que falta cielo para verse en ellos.

1917


Himno Del Instituto Nacional


Coro

Tranquila a la falda paterna del Ancón
se yergue la mole de un templo del saber,
en donde se funden los hombres que han de ser
cariátides de bronce de nuestra nación.

I

Dos esfinges vigilan la entrada
con un gesto glorioso y audaz,
y algún día sus labios de bronce
la palabra suprema dirán.

II

En los quietos aleros anidan
las palomas emblemas de paz,
y en las aulas se mueven febriles
mil halcones que ya volarán.



Plazo Fatal


Hermano: ¡Recuerda que debes partir!
¿El día?... ¡No importa!...Es fuerza seguir
hacia la celeste cinta del camino.

Prodiga tu ciencia; deja oír tu trino,
reparte tus panes y da de tu vino;
que todos los años, para la estación
alguno, cualquiera, dirá en la reunión:

-Un día como este, hace un año, vino
un hombre de lejos, y nos dio su vino,
nos abrió la rosa de su corazón, 
nos dio sus sonrisas y…por el camino,
como cinta de oro, tendió su canción…

Hermano: ¡Recuerda que debes partir!
¿El día?... ¡No importa, pero ha de venir!
y es sabio que tengas hecha tu canción
con risas y lágrimas de tu corazón.

Primer Nocturno


(A Zoraida Díaz)

Que callada está la noche: los árboles qué dormidos…
Ni una queja, ni un murmullo, ni un suspiro, ni un rumor…
Apenas si en el silencio se oyen, lentos, los latidos,
con que cuenta los segundos, impaciente, el corazón…

¿En dónde está?  ¿Por qué tarda?  ¿Será que mi dulce hermana
se ha extraviado en el camino, perdida en la lobreguez?...
¿Por qué no llega?  ¡Que angustia! ¡Cómo suena la campana!
Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez.

Esta noche misteriosa está toda llena de ella;
los árboles y las cosas no la han podido olvidar;
y en el banco y el sendero se adivina aún su huella,
y en el viento se respira su perfume de azahar.

Cuantas veces a lo largo de  estas quietas avenidas
fuimos juntos, de la mano, jurándonos mutua fe…
Para amarnos precisaba prolongarnos a otras vidas:
Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez.

¡Esta noche estoy qué solo, qué triste, qué dolorido!...
Por momentos me parece que otro ser distinto soy,
y es que en una sola noche toda una vida he vivido
pendiente de lo que dice, latiéndome, el corazón…


Tengo frío, frío y miedo…He escuchado que me nombra
una voz que antes oyera, sin saber en dónde fue,
y oigo pasos de fantasmas que desfilan en la sombra:
Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez.

Si me fundiera en la sombra; si me perdiera en el viento
sin la carne dolorosa, sin el triste corazón…
¡Si me apagara por siempre como tímido lamento,
como lánguido suspiro, como trémulo rumor!...

¡Oigo voces en la sombra (¿Serás tú,  mi dulce hermana?)
¡Oigo pasos en la arena! (¿Si serán tus breves pies?)
Pero no: ya tú no vienes: me lo dice la campana:
Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez.



REGALO DE BODAS


- Buenas tardes, Don Luis.
          - Muy buenas, Pablo.


¿Y cuál diablo
 te ha traído a estas horas por aquí?
- Que me caso Don Luis, que al fin me caso
y como usted detesta el matrimonio
vengo a pedirle que me dé un abrazo
y que le rece a Dios o al demonio,
cosa igual para usted en este caso.

- ¡Conque te casas siempre!...


Hubo tal pena 
en la frase del viejo;
se contrajo tan hosco su entrecejo,
que Pablo, que al entrar, iba de vena, 
enmudeció.

Quedaron pensativos…
y en esa hora grave y misteriosa
flotó sobre la estancia silenciosa
un diálogo de puntos suspensivos…

Era Don Luis de Alcántara un anciano
de altivo porte y clásica perilla,
hermano de Don Juan, el de Sevilla,
que ufanaba de no tener hermano.


Los hombres le temieron a su espada
y las damas temieron a sus ojos,
que, amando y encendiéndose en enojos,
herían igual su acero y su mirada.

Pero un día… (¡Quién sabe qué aventura
fatal tuvo Don Luis!...) con la amargura
del que ha probado todos los placeres

y no halló en nada ni placer ni gloria,
cerró su corazón y su memoria
al vino, y al amor, y a las mujeres.

Cuando acabó la fiesta de la boda
-que fue un suceso digno de Aladino-
con la triste alegría con que vino
se dispersó la concurrencia toda.

Pablo, entonces, enlazando la cintura
de su joven y dulce compañera,
tímidamente, por la vez primera,
la besó con un beso de ternura.
Ella perdió la calma,
y mientras se encendía de sonrojos
como una estrella apareció en sus ojos
una lágrima pura de su alma.
Y empezaron a andar, avergonzados,
por los salones, claros como el día,
con aquella dulcísima agonía
de la primera noche de casados.

Ricas lámparas de ónix; cincelados
jarrones de metal, allí fulgían,
porque bajo mil luces exhibían
su generosidad, los invitados.
Todo lo que la mente imaginara
en un mágico sueño,
allí explendía en competencia rara:
desde el sagrado mármol de Carrara
hasta el limpio diamante brasileño.

De pronto a Pablo
le llamó la atención
un cofre de tan rara confección
como pudiera imaginarlo el diablo.

Negro, como una duda que asesina,
sexagonal, pequeño
como ha de ser el ataúd de un sueño,
tenía un enigma de oro en cada  esquina.

Intrigados y mudos, los esposos
quedaron ante el cofre diminuto,
pero ella -¡Al fin mujer!- tras un minuto
de indecisión, posando los nerviosos
deditos sobre el broche refulgente,
abrió la tapa de la caja.

¡Espanto, 
miedo, consternación!
Bañose en llanto
la gloria de sus ojos, y él, en tanto,
sintió helarse el sudor sobre su frente;
porque sobre un revólver que fulgía
y un dije más que un arma parecía
sobre un fondo de raso carmesí,
una tarjeta de Don Luis decía:
“¡Para ella, para él y para ti!”

Publicado en La Estrella de Panamá, el 22 de agosto de 1965

5 comentarios:

  1. Cuando leo estos poemas me pregunto ?cuándo volverán a enseñar poemas y a declamar en nuestras escuelas? Panamá.

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  2. Uno de los mejores poetas panameños,

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  3. Muy pocas personas tienen a inspirarse como lo hacía Ricardo Miro.

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  4. ya nos estan enseñando en los colegios

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  5. Un gran poeta Ricardo Miró, dedicó mi muchas poesía a nuestra patria Panamá y lo escribia con el sentido de patria y amor por el istmo viva Panamá

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